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Hamlet murió diciendo " The rest is silence " . Verlaine dejó escrito que " tout le reste est littérature " , «con excelente literatura», añadiría Borges. «Mi vocación es de abuelo: todo el resto es literatura», escribió más de una vez Salinas, no sin notables dosis de humor. Su copioso epistolario, que no es «el resto», también es literatura. Y excelente. Salinas recorrió toda la primera mitad del agitado siglo xx. Como al personaje de Terencio, el viejo Cremes del " Heautontimorúmenos " , «nada humano le fue ajeno»: en sus cartas no solo aparece el amor y la amistad, sino también la preocupación por la maldad que envuelve al mundo, y le dicta conmovedoras dilogías, como la que alude a «estos días tremendos en que escasea todo, desde la bondad y el tiempo, al pan y la gasolina». O cuando le escribe a su hija: «No, guapa, España vive en un momento de locura, en que todo el mundo está loco y comete atrocidades. ¿Cómo vamos a desear estar en el centro de un mundo de dementes? [...] En la lucha que hoy se desarrolla en España nosotros no tenemos sitio». En la riqueza y variedad de estas cartas lo mismo podemos hallar un comentario de texto, que una glosa poética, fragmentos de historia, retratos de época, juicios literarios o indignados libelos políticos. Conoció la política de «la burocracia de la sospecha», o la «histeria del espionaje», como denomina tácitamente a la caza de brujas de McCarthy. Denunció «la guerra preventiva», o la «atmósfera de belicosidad», esa «orgía de emocionalismo y necedad» que invadió la política, en lo que no parece que hayamos avanzado mucho. Las cartas de Salinas son un rico muestrario de las ocupaciones y preocupaciones del siglo. Escritas con emoción e ironía, el lector también le oirá hablar del turismo, de los museos, de la comida, del paisaje, de una puesta de sol y hasta de la Coca-Cola. Una lectura que matiza y completa la otra cara de Salinas, una realidad que es la otra y la misma: la del escritor y el hombre.
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