Libros

Comentarios

La vida de las imágenes es compleja. Nuestras mentes están pobladas de mundos construidos no sólo por efecto de la visión, sino también por hechos, experiencias, ideas y deseos de todo tipo, a que nos vemos sometidos en nuestra vida cotidiana.
En todo momento, los seres humanos hacemos un esfuerzo ingente por conocer lo que nos rodea. Un esfuerzo que, en más ocasiones de las que creemos, choca con la risa sarcástica de las apariencias, con lo que las cosas no son, aunque lo parezcan. Un choque que puede llegar a sacudirnos, e incluso a hacernos estremecer.
Es la apariencia de realidad la que alimenta nuestro conocimiento, en el sentido más noble o más trivial de esta última palabra. Los datos son muchos y los percibimos desde incontables perspectivas: lo que nos dijeron, el valor que le dimos, la importancia que tuvo para nosotros...
La imagen que tenemos del mundo es viva porque es dinámica, cambiante y fluida. Continuamente gira sobre los ejes del cambio y la permanencia. Como en la célebre escena de los espejos en La dama de Shanghay, de Orson Welles, en la que el protagonista no sabe sobre qué figura disparar de todas las que le rodean, la realidad se disfraza a veces con imágenes de sí misma. Imágenes que nos llegan proyectadas desde un pasado remoto o desde una experiencia reciente. La memoria, por ello, es también un paraíso de imágenes.