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La voz poética de Misael Ruiz Albarracín nace de una mirada respetuosa sobre las cosas ajena al juego conceptual o a la seducción intelectiva. En su poesía habla la materia más que el poeta. Su voz nombra, señala y, ajena a juicio, trata de aprehender la cosa concreta, o el hueco que la cosa deja. Su modo más propio es la ausencia de énfasis. Elimina la materia sobrante hasta encontrar la forma verbal oculta en ella y, si en ocasiones sus poemas rayan en la brevedad del epigrama, es en busca de claridad. Destaca en su poesía un peculiar equilibrio entre la voluntad de desentrañar, de entender el mundo y la delicadeza con que le deja ser. El tono metafísico pero plástico, casi irónico, de su observación del «murmullo» de lo fenoménico revela la intensidad de su reflexión sobre la vida. En el diálogo que establece con la tradición ?las palabras heredadas? y con sus cíclicas rupturas, cultiva cierto sentido de la oralidad, del pensar en voz alta. En él, la naturaleza, acaso la presencia más definida en este libro, está íntimamente habitada por el «oculto canto incansable» de la belleza, del tiempo y de la muerte.
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