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El testamento de un bromista es el primer antecedente de la conocida trilogía autobiográfica (El niño, El bachiller y El insurrecto) en la que el escritor francés Jules Vallès, que fundó varios periódicos políticos y participó activamente en la Comuna de París, la revolución de 1871, radiografió su época. Al igual que la trilogía, se trata de una narración violenta y lírica a la vez, que cuenta una infancia parecida a la del propio autor con una profundidad de observación y una precisión en el análisis magistrales. El protagonista de la historia crece, como diría Zola, uno de los defensores de Vallès, «con la sorda rebeldía del niño oprimido por la educación y la enseñanza», pero nos hace reír tanto como nos conmueve. Henri Lefebvre señaló que el espíritu de la Comuna produjo tres escritores «tan revolucionarios en el discurso como en la praxis»: Lautréamont, Rimbaud y Vallès. De un modo parecido se ha expresado Jorge Semprún al asegurar que este último no fue sólo un escritor comprometido, sino uno de los autores del xix que «más resueltamente ha desbordado los límites del naturalismo, de ahí que la estructura narrativa de los libros de Vallès nos parezca tan moderna».
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