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Entre 1837 y 1838 publicaba Dickens la historia de Oliver Twist, un huérfano perdido en los bajos fondos londinenses, tema ideal para que el autor explotara sus recursos sociales, sentimentales y macabros. Como era habitual en él, pretendía conferir a la novela una carga revulsiva que impidiera la idealización romántica del delincuente, al tiempo que reprochaba a la sociedad la responsabilidad en la creación de condiciones ideales para la aparición de la delincuencia. Sin duda se le fue la mano en su utilización de estereotipos y caricaturas. Pero Dickens sabía sacar del defecto virtud. Y así, aunque «debería ser un mal escritor -diría Forster-, en realidad es uno de los más grandes».
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