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Marla Runyan tenía nueve años cuando se le diagnosticó la enfermedad de Stargardt, una degeneración macular irreversible. Con la ayuda de sus padres, consiguió que su minusvalía visual no le impidiera alcanzar sus sueños. A pesar de estar prácticamente ciega, aprendió a tocar el violín y descubrió su verdadera vocación en el deporte. Una atleta excepcional, empezó a competir en el heptatlon, el equivalente femenino del decatlon, que reúne siete competiciones diferentes: la carrera de 200 metros lisos, el salto de altura, los 100 metros vallas, el salto de longitud, el lanzamiento de peso, el lanzamiento de jabalina y los 800 metros lisos. En 1996 asombró al mundo del deporte al calificarse para los juegos olímpicos y conseguir el récord estadounidense de los 800 metros lisos en heptatlon. Fue entonces cuando decidió centrarse en las carreras. En el 2000 se calificó para la Olimpiada de Sidney, quedando tercera en los 1.500 metros lisos. En Sidney quedó octava en las finales, la atleta americana que más alto llegó.
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