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BUENA parte de la mejor poesía en español, escrita y publicada en los últimos veinte años, tiene en Rubén Darío (Matapa, Nicaragua, 1867-León, Nicaragua, 1916) un antecedente, no forzado sino natural. Puede mencionarse el Canto a la Argentina como un borrador del Canto general. Pero hay otros anuncios. Casi todos los estudios sobre Darío comienzan afirmando que el modernismo está muerto, y de esa afirmación deducen urgentemente que la poesía de Darío está igualmente muerta. Por eso me parece oportuno señalar que en la producción de Darío hay muchos poemas (y no siempre escritos en los últimos años) que se evaden hasta de las más amplias definiciones del modernismo. Singularmente, son esas fugas las que me parecen de una más palmaria actualidad. Rodó lo llamó «artista poéticamente calculador»; Unamuno, «peregrino de una felicidad imposible»; Antonio Machado, «corazón asombrado de la música astral»; Octavio Paz, «ser raro, ídolo precolombino, hipogrifo». Antes, mucho antes, allá por 1893, José Martí, el menos retórico de todos, lo llamó: «Hijo». MARIO BENEDETTI
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