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ún no ha amanecido en el distrito londinense de Bow, que descansa envuelto en una vieja conocida: la niebla. Sin embargo, no todos duermen en el número 11 de Glover Street. La señora Drabdump se afana en su cocina, malhumorada porque empieza el día con retraso ya que, por una casualidad, se ha levantado algo más tarde de lo habitual. Curiosamente, todo apunta a que, en el piso de arriba, a su nuevo inquilino le ha ocurrido lo mismo: sigue en la cama a pesar de los sucesivos intentos de su patrona por despertarle. Pero el señor Constant nunca más volverá a ponerse en pie... Con fina comicidad, El gran misterio de Bow (1892) se inscribe en la brillante tradición de relatos detectivescos de «cuarto cerrado». El enigma lógico y el juego inductivo servirán asimismo para que Zangwill convoque para su resolución a los más variopintos tipos sociales: detectives ególatras, sindicalistas de intachable reputación, poetas vividores, filósofos charlatanes e impresionables amas de casa... Todos tendrán su papel en esta historia.
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